Dedicado a Elizabeth Monzerrat.
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El recuerdo de un beso. ¿Cómo olvidarlo? – se preguntaba Mariano - ¿Cómo volver a vivirlo? ¿Dónde poder encontrarla?
Pensaba esto mientras caminaba por el cauce de un rio seco y lo hacía pesadamente, lleno de sudor, casi sofocado por el calor. Estaba solo, en alguna parte de Ica a la altura del kilometro 164 de la panamericana sur.
Mientras intentaba escapar de la muerte, mientras intentaba lograr que sus piernas siguieran moviéndose y que sus músculos no colapsaran luego de varias horas caminando, ya casi sin agua, con tan pocos alimentos ingeridos, lo único que le daba fuerza para seguir adelante era el recuerdo de aquel beso. Y es que ese beso no representaba para él solo un toque de labios de aparente infinita duración sino que representaba un lugar especial del planeta y un día memorable dentro de todos los días de su vida.
Aquel beso estuvo rodeado de una noche estrellada, de un mar que sonoramente hablaba a través de sus olas, de la música agradable que sonaba en aquel restaurante de Larcomar, Mangos se llamaba (aun se llama así), luego de una caminata por Miraflores terminaron cenando ahí. Ese día todo fue perfecto, parecía que el desenlace final estuviera ya escrito de antemano, que las circunstancias por una vez en su vida estaban perfectamente sincronizadas.
Ese beso, extraño, peculiar. Un beso que se sabía existente, pero que no se sabía en qué momento tomaría dicha existencia, no sucedió frente al mar como lo típicamente romántico hubiera recomendado, tampoco fue luego de una declaración de amor, tampoco luego de un brindis, ni mientras se despedían. No, ese beso fue todo un misterio.
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Entonces una punzada terrible recorrió su pie hasta sus glúteos, un extenso calambre. Mariano cayó al suelo gimiendo por la contracción espantosa de sus músculos. Busco su dedo grande y jalo con la poca fuerza que le quedaba en los brazos, jalo y jalo, pero el dolor parecía no irse y los músculos no volvían a su posición normal. Soltó el dedo gordo, intento golpear con su puño la pierna contraída, por un rato, pero nada, no había resultado. Decidió ya no gastar más energía y se quedo inmóvil, con el lado derecho de su cara sobre la arena. La pierna izquierda contraída. El Sol arriba seguía su avance, pasando ya del medio día, acercándose al sunset que al traer la noche, traería una dificultad especial a Mariano en cuanto a ubicarse y poder salir pronto de ese desierto. El tenía un problema en los ojos que no le permitían ver como todo humano ve de noche.
Mariano no quería pasar una noche más en el desierto luego de haber visto lo que paso la noche anterior, la noche del día en que encontraron el tesoro de los Jesuitas. Y es que él era el único que quedaba de la expedición de 8 personas que se internaron en el desierto de Ica, saliendo de la carretera en el Km 164 y conduciendo cerca de 2 horas al interior del desierto. Solo 2 personas sabían cómo salir del lugar. Ramiro, una de estas personas había regresado a la ciudad de Ica a comprar más provisiones la mañana del día en que se encontró el tesoro. Debió haber regresado ese mismo día Martes, pero nunca llego. Todos confiados comieron más de lo debido aquel día, pues sabían que necesitarían fuerzas para cavar los últimos 4 metros para confirmar o no la existencia del tesoro jesuita.
Y así, aquel día Martes, como a las 3 de la tarde, la pala del negro Jolete (así le decían) toco madera. Todos se miraron extrañamente ese momento, los corazones casi se detuvieron, el negro Jolete miro a todos sintiéndose invadido por una especie de acto heroico. Luego de la pausa y con más rapidez volvió a meter la pala y retirar la arena. Una y otra vez, hasta que todos confirmaron que si, era una larga madera. Entonces todos empezaron a turnarse y con la mayor vehemencia retiraron la arena. Y cuando estuvo libre la vista, pudieron contemplar la madera, casi intacta, sin humedad, ni detrimento, seca gracias al clima del desierto.
Vino entonces otra incertidumbre general, cuando con un pico decidieron romper dicha madera que era prácticamente de una sola pieza, de cedro. Los primeros golpes del pico, nada, luego más y más… hasta que la madera cedió y se quebró en un desgarro. Y entonces unos golpes más y la incertidumbre se transformo en un júbilo tremendo al notar que por el orificio aun pequeño se veía brillar… ¡¡¡Oro!!! ¡¡¡Oro!!
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Y así como a las 5:40 de la tarde, ya cerca de la puesta del sol. La pieza grande de cedro fue removida y ante los ojos de los 7 hombres presentes en ese momento, quedo claro que de ahora en adelante serian ricos. Lo suficientemente ricos por el resto de sus vidas.
Pero eso solo duro pocas horas. Digo, las alegrías. Mariano estaba tan emocionado y feliz porque podría regresar a Lima y reunirse con aquella mujer a la que con un solo beso sentía que había quedado unido por el resto de su vida. Y ante tal emoción que no lo dejaba dormir, decidió caminar hacia el lado opuesto a donde estaba el tesoro, busco una loma clara, sin posibles insectos peligrosos y se hecho mirando a la cúspide del cielo que siendo verano y siendo Ica, estaba llena de estrellas, hermosamente iluminada de pequeños puntos titilantes.
Y se quedo pensando en todas las posibilidades que tenía de usar dicho dinero. Llevaba cerca de una hora de estar pensando de esa manera, casi a punto de dormirse, cuando escucho un disparo y luego un lio de voces, gritos, forcejeos, correrías, y más disparos. Mariano no supo qué hacer, se había colocado mirando en dirección del lugar, mirando fijamente tratando de entender que pasaba y si no era arriesgado ir a hacia allá.
Luego, de unos 4 minutos, el silencio volvió al lugar. Parecía que todo había terminado, no se escuchaban pasos. Mariano decidió acercarse, caminando lentamente, afinando la vista. Entonces a 6 metros del lugar comenzó a oír murmullos adoloridos, respiraciones entrecortadas. Parece que había sobrevivientes. Mariano se fue acercando y encontró el primer cuerpo, era el Ingeniero Gutiérrez, muerto, le habían disparado en la cabeza, al parecer intento huir corriendo, pero no llego lejos. Eso rápidamente le dio a entender que el tiro lo había hecho alguien bien preparado, “Saturnino” – pensó Mariano – había estado en la Fuerza de Operaciones Especiales de la Marina Peruana, siempre hablaba mucho de ello y de las operaciones que hiso en la guerra contra el Ecuador en 1995.
Siguió avanzando y encontró otro cuerpo, este tenía un tiro en el corazón, era el hermano del ingeniero, se llamaba Humberto. Mariano avanzo hacia la 4x4 pick-up y encontró 2 cuerpos mas, cerca uno del otro, era el sitio donde dormían, detrás de la camioneta para que el viento no los enfriara. Estaban aun dentro de sus bolsas de dormir, no llegaron siquiera a salir de ellas cuando recibieron los disparos. Luego no vio más cuerpos, que extraño, faltaba Saturnino y el negro Jolete. Camino alrededor con cierto temor, de pronto se le ocurrió que el negro Jolete y Saturnino se habían puesto de acuerdo para asesinar a los demás. Pero los ojos del negro Jolete no parecían mostrar un ser traicionero, así que dudo mucho de eso, esperaba encontrar en cualquier momento su cuerpo.
Entonces, hallo manchas de sangre, que iban hacia el norte, las siguió, aun estaban frescas, la arena les cambiaba ligeramente el color. Camino sin pisar la sangre. Y entonces llegó a una caída de medio metro de altura, era el cauce seco del rio. Y ahí abajo estaban los cuerpos. El cuerpo de Saturnino empapado en sangre y el cuerpo del negro Jolete, con un disparo en el estomago. Ya no respiraban.
Entonces sobresaltado, Mariano noto que si todos estaban muertos, como es que había oído murmullos adoloridos al acercarse. En ese preciso momento, un viento extraño surco el ambiente y nuevamente los murmullos se volvieron a oír. Al principio dudo, pero luego comprendió que sombras oscuras se elevaban a lo lejos, todas iban a un mismo lugar, el hueco donde yacía el tesoro. Todas las sombras confluyeron a dicho lugar. Entonces un susto recorrió su cuerpo, la piel se le estremeció en medio de aquella noche, en la que estaba ahora solo, completamente solo. Entonces las sombras, dejaron de murmullar y el viento volvió a soplar extrañamente. Las sombras parecían irse, pero no, en realidad iban hacia Mariano. Sin pensarlo dos veces corrió, hacia el lugar donde antes había estado mirando las estrellas. Corrió lo más rápido que pudo, con el corazón palpitándole al extremo. Se detuvo y miro, las sombras avanzaron rápidamente, concluyo que a donde quiera que corriera ellas le alcanzarían, comprendió que era tal vez su fin, que debía asumirlo con valentía. Así que sin pensarlo más, se arrodillo sobre la arena y juntando sus manos, comenzó a rezar el padre nuestro, con todo su corazón, aun cuando el miedo le invadía, intento recordar las visitas a la iglesia que hacía con su madre, cuando era pequeño. Se quedo rezando ahí un buen rato sin abrir los ojos, pensando que en cualquier momento el frio fúnebre de las sombras llegaría y le arrancaría la vida. Pero nada sucedió.
Decidió no confiarse y se quedo así hasta que el sueño le venció y cayó dormido sin ya recordar las sombras ni la matanza.
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Al día siguiente, el sol del este lo despertó. Y comprendió que aun estaba vivo. Se levanto y miro hacia donde estaba la camioneta 4 x 4 pick-up, en la que habían ido al lugar. Pudo ver entonces para su asombro, que no estaban los cuerpos. Camino rápido hacia el lugar y realmente comprobó que no estaban. Fue al cauce del rio y tampoco encontró al negro Jolete y a Saturnino. Solo las manchas de sangre por aquí y por allá, pero ni rastro de los cuerpos.
Todo esto le pareció chocante, su mente estaba confusa, sin saber si esto era real o era tan solo uno de esos sueños largos que parecen durar días y que al final resultan ser solo un par de horas de un intenso dormir. Observo el lugar con cuidado pensando encontrar algo que delatara su naturaleza de sueño y así despertar en el instante, pero nada, el desierto y las montañas tenían todos los síntomas de ser reales. Entonces miro hacia donde estaba el hueco del tesoro. Lo miro, pero no se atrevio a caminar hacia él. Luego le asalto la idea de que a lo mejor ya no había nada en el hueco. También le asalto la idea de que no debía tocar nada porque seguramente, como tantos otros tesoros, este estaba maldito. Al final, la luz del sol y la ausencia de señales fantasmales le animo y camino hacia la excavación. Y vio que el tesoro aun seguía ahí, intacto, como se lo había dejado ayer. Lo observo y otra vez sus ojos se abrieron ante la belleza de todo lo que contenía: cruces hermosas, vasos ceremoniales, etc.
Pero entonces una molestia en el estomago lo hiso recordar que no había comido nada aun y la costumbre del desayunar temprano le estaba reclamando alimento. Dejo el hueco sin tocar nada, total no había nadie en este desierto. Camino hacia la camioneta y busco las provisiones, encontró 2 botellas de agua y algunas frutas un tanto maltratadas, plátanos, manzanas y algunas mandarinas.
Luego de tomar un poco de agua, comer un plátano y una manzana, parece que su instinto de supervivencia comprendió que era urgente que tomara una decisión sobre que haría ante la situación en la que se encontraba. Los víveres no durarían mucho, Ramiro debió haber llegado ayer con las provisiones, así que no había seguridad de que llegara hoy. Comprendió entonces que debía salir del lugar, ir a la ciudad de Ica y tratar de encontrar a Ramiro, pero si no lo encontraba o algo le había pasado debía pensar si buscaría a alguien para recoger el tesoro o simplemente olvidarse del tema para siempre. La verdad es que este segundo pensamiento le daba más tranquilidad.
Respecto a cómo salir a la panamericana sur, Mariano solo recordaba que desde cierta parte del cauce del rio se podía divisar la carretera, así que debía seguir el cauce del rio y tarde o temprano llegaría a ver la carretera y de ahí sería fácil, estaría salvado. No sabía realmente cuánto duraría su caminata, porque las 2 horas en 4x4 se avanzaron rápidamente en el desierto cortando camino y a ratos bordeando el rio. Entonces sin perder más tiempo tomo su mochila, boto todo lo que le era inútil, se quedo con 50 soles, metió la fruta y las botellas con agua. Y comenzó a caminar por el cauce del rio en dirección al Sur.
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Mariano comenzó a recordar cuando conoció a Sharon, si así se llamaba ella. La conoció en aquella librería grande de la Av. Larco con Benavides. Estaba viendo algunos libros de historia y ella estaba ahí, en la zona de psicología. La vio finalmente tomar un libro con el ademan de comprarlo, extrañamente años antes en la universidad él había comprado el mismo libro para su curso de Psicología de la Personalidad. La miro mientras ella se acercaba en dirección al cajero, entonces le dijo… “Disculpa, no quiero parecer entrometido, pero ese libro es poco recomendable.” Mientras decía esto la miraba con la mayor serenidad y convencimiento. Ella le miro un tanto escéptica y luego le pregunto: “¿Lo has leído?”. “Si – le dijo – cuando lleve el curso de Psicología de la Personalidad”. “¿Qué estudias? “– le pregunto. “Estudie Filosofía en la Universidad San Marcos”- respondió. “Hmmmm – musito - ¿entonces qué libro me recomiendas?”… y así comenzó una respuesta, luego otra pregunta, sucesivamente, hasta que luego ya estaban caminando hacia Larcomar, ella con un libro diferente en la mano y Mariano comentándole de todo un poco del mundo de la filosofía. Ella estaba estudiando Psicología en la Universidad Católica.
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Despertó luego de 15 minutos, pensó que había dormido horas, pero no, solo habían sido 15 minutos, volvió a entender y a recordar la situación en la que se encontraba. Su pierna izquierda ahora estaba distendida, podía moverla, controlarla. Se levanto, saco de la mochila la última botella de agua, le quedaban cerca de 5 sorbos más y adiós agua. Le quedaba 1 manzana, un tanto pasada, pero al menos algo.
Volvió a proseguir su camino. Dios... no había donde esconderse del Sol. No había otra opción que seguir adelante.
Siguió y siguió avanzando y cerca de las 5pm, se quedo sin agua y sin más frutas que comer. Por suerte el sol ya estaba más suave. Como a las 6:10 pm cuando el sol se acaba de poner y se empezaba a hacer sombra pudo divisar las luces de un auto que pasaba rápidamente allá a lo lejos. Su corazón se alegro tremendamente, estaba cerca, el sol ya se iba, caminar máximo 1 hora mas y ya estaría tomando un bus para ir a la ciudad de Ica y sentirse nuevamente vivo, felizmente vivo. Muchas ideas se acumulaban al mismo tiempo en su cabeza, el saber que podría volver a ver a Sharon, que podría contarle todo lo que le paso, total era algo digno de contar. Pero luego le venía a la mente el tesoro y Ramiro que no sabía dónde estaba, si iba a Lima su madre, que también era su amiga, le preguntaría donde está su hijo y el no sabría que decirle, que podría pensar, quien le creería ahora que los cuerpos ya no estaban en el desierto. No podría ocultarse todo el tiempo, tarde o temprano debía decir que había pasado, pero nadie le iba a creer, podrían incluso pensar que él fue quien cometió toda esa matanza.
Mariano iba pensando todo eso cuando de pronto sintió que dio un mal paso mientras intentaba salir del cauce, subir la pendiente de un metro, ya era de noche, no veía bien, piso mal sobre una piedra mediana, la cual al desplazarse desequilibrio una roca que descansaba sobre ella, esta roca grande, se deslizo sobre su pierna derecha y la aplasto, pensó que no sería gran peso, pero cuando la sintió recién comprendió que era realmente más grande de lo pensado. Su pierna derecha quedo atrapada bajo la roca, intento rápidamente removerla, pero su intento solo hacía que su pierna se introdujera más en la arena y la roca hiciera más presión sobre ella. Seguía pensando que si empujaba del modo correcto esta cedería, pero nada. Un esfuerzo tras otro no dio resultado y entonces comenzó a desesperarse y el miedo comenzó a apoderarse de él.
¡Dios! Estaba tan cerca de mi salvación y termino atrapado aquí. Y ¿Qué hace una maldita roca en pleno desierto de arena? – se quejo y dio un grito en medio de la noche, pensando que tal vez alguien le oiría. Imposible, aun estaba lejos de la carretera, lo suficiente para no ser escuchado por nadie.
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La noche siguió avanzando y su pierna comenzó a tener problemas de circulación, a ratos ya no la sentía, se había adormecido demasiado. A ratos volvía a intentar mover la roca pero el resultado era el mismo. Nada. En medio de uno y otro intento se quedo dormido, profundamente dormido. Soñó. Soñó que estaba parado frente a la carretera, que ya se había liberado de la roca, pero por más que hacia la seña para que algún bus se detuviera ninguno lo hacía. Incluso cuando ponía en su mano los 50 soles y lo mostraba al bus o a un taxi, nada, nadie se detenía. Y entonces de pronto pensó que ya estaba muerto, y que era su espíritu el que estaba en la carretera, invisible a todos los vivos. Y entonces ante esta perspectiva terrible se despertó sudando frio y casi llorando, lo cual se transformo en dolor, pues su pierna había empezado a hincharse por la poca circulación de la sangre, el golpe tal vez había causado alguna hemorragia interna.
Amaneció y entonces comprendió el gran problema en el que se había metido. Comprendió que en cada intento que había hecho lo único que había logrado era poner la piedra en una posición más difícil de sacarla de su encima. Lo que debió haber hecho era empujar hacia el lado opuesto, pero ¿Cómo diablos empujar en el lado opuesto?... cierto, no se podía, su mano no llegaba a ese ángulo.
Miro a sus costados intentando ver si había algún tronco seco con el cual poder palanquear la piedra, pero no había nada cerca. Allá muy lejos había uno bueno, pero estaba demasiado lejos para tomarlo. Increíble, parece que el desierto no quería dejarlo ir.
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El día fue avanzando, se fue deshidratando ante el calor del Sol, no tenía nada para comer. Ya para las 5:30 de la tarde, recién acepto la idea de que iba a morir aquí y que nadie le iba a rescatar, que no debía esperar ya nada. Entonces por última vez grito, grito al desierto:
“¿Por qué? Si no he tocado nada de tu maldito tesoro. No lo quiero, no pienso regresar nunca más por él, no me importa quién se lo quede, tan solo quiero irme de aquí y no volver mas.” Y comenzó a llorar. Lagrimas secas. Y entonces comenzó a decir su nombre, Sharon… Sharon, en voz baja, susurrando, sus últimas palabras serian esas, “Cuando llegase el momento de mi muerte, esa palabra estaría en mis labios” – había dicho alguna vez.
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Como a las 7 de la noche, sintió su cuerpo tan desfalleciente que pensó que su última respiración estaba cerca. Preparo su mente, trato de estar sereno y comenzó a recordar otra vez aquel viernes por la noche en Larcomar. De pronto, en medio de este recordar, escuchó un sonido fino que venía del cielo. Pensó al principio que era parte de sus recuerdos, pero no, era de aquí, del desierto. Un sonido fino venia del cielo oscuro y entonces sintió algo en su piel, al principio no entendía, pero luego una siguiente y otra siguiente sensación le hicieron entender. Estaba comenzando a llover. No supo que pensar y solo atino a comenzar a reírse como un loco. Abrió su boca hacia el cielo, para que algunas gotas de agua cayeran ahí.
“¿Me bañas antes de matarme?” – le pregunto al desierto. Este no contesto.
La lluvia se hiso más fuerte, más rápida, las gotas más gruesas. Su cuerpo ya estaba completamente mojado. De pronto percibió que la roca sobre su pierna se había movido ligeramente. Se asombro, la empujo un poco y cierto, estaba cediendo. La emoción le embargo tremendamente.
Entonces comprendió… comprendió… la lluvia… la bendita lluvia, estaba aflojando la arena sobre la cual se apoyaba la roca. Así que hizo un esfuerzo mas y empujo la roca hacia la misma dirección en la que había intentado tantas veces, esta vez, gracias al vacio que se genero debajo de la roca por la lluvia, la roca cedió. Provo una vez más, cedió más. Comenzó a sonreír en medio de su cansancio extremo. Y saco mas fuerza de donde no había… saco fuerza de la esperanza. Le puso algo de rabia y por fin, la piedra se deslizo hacia abajo, raspándole, pero por fin fuera de su pierna.
Sin embargo su pierna no respondía. Estaba hinchada y no respondía.
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Descanso en esa posición cerca de 30 minutos. Necesitaba recobrar fuerzas para poder llegar a la carretera. Comenzó a volver a sentir su pierna y también el dolor oculto que ahora se hacía fuerte. Le latía terriblemente en el punto del golpe. Carne pelada, oscura, negra, morada. Decidió que ya era momento de moverse, si debía arrastrarse para alcanzar la vida lo haría, debía llegar a la carretera.
Y comenzó, usando sus dos manos y su pierna izquierda de empuje. Se arrastro hacia las luces que cruzaban rápidamente por la carretera casi invisible a plena noche.
Luego de 3 horas de arrastrarse por fin llego a la carretera. Era de noche. Los autos o buses pasaban rápidamente. Se sentó cerca de la carretera, pero a una distancia adecuada para no ser atropellado. Y comenzó a mover su mano cada vez que alguien pasaba, pero nadie llegaba a verlo. Seguramente porque la oscuridad de la noche y el enfoque visual en la carretera no permitían diferenciarlo rápidamente del contexto visual.
Intento eso por varias horas y no paso nada. Finalmente se quedo dormido ahí.
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Comenzó a sentir la claridad en su rostro y algo que lo sacudía. Despertó y comprendió que estaba amaneciendo y noto que una mano le estaba despertando. Era un hombre como de 50 años, de mirada serena, con bigote, llevaba un sombrero.
“Amigo, necesita ayuda, ¿Quién es? ¿A dónde quiere que lo lleve?” Ante tal mirada serena, sincera y bondadosa, no pudo contenerse y comenzó a llorar, como un niño que después de haber perdido a su madre la vuelve a encontrar. Tomo la mano del hombre y la llevo a su frente agradeciéndole mientras sus lágrimas y su boca temblaban del llanto.
“Cálmese – le dijo – todo saldrá bien. Ahora debemos ir a un hospital, esa pierna necesita atención inmediata”. Asintió moviendo su cabeza, aun con los mocos y las lagrimas cayendo.
Le ayudo a llegar a su auto, le acomodo a lo largo de los asientos traseros, porque su pierna derecha no podía doblarse. Sus lágrimas dejaron de caer y vino entonces un silencio extraño a él, una calma en el corazón, en el ser.
“Descanse amigo, descanse, nos va tomar unas pocas hora estar en la ciudad de Ica. Ahora descanse, pronto todo mejorara”. Mariano no dijo nada, se quedo con la mirada perdida en la nada y cerró los ojos. Se quedo dormido.
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Mariano está apoyado en el muro externo del restaurante Mangos, en Larcomar, observando el mar, son las cinco de la tarde, esta conmovido, espera a alguien que no ha visto desde hace mucho tiempo. Pero al mismo tiempo tiene aun los recuerdos de aquellos días trágicos en el desierto de Ica. Quisiera que el mar se llevara en sus profundidades ese temor que a veces lo asalta de noche.
Siente unas manos ligeras en sus hombros. Voltea y ve su rostro, es ella. Sharon, lleva un vestido blanco sencillo pero hermoso que hace un juego esplendoroso con su rostro y su cabello. Sonríe a media sonrisa. Le mira con bondad y luego le abraza. La sensación es tan reconfortante que siente sus ojos llenarse lagrimas, a punto de llorar. Ella oye sus sollozos, le mira a los ojos, le vuelve abrazar con más cariño y le dice: “Ya todo paso amor, ya todo paso, ahora estás conmigo, todo va mejorar”. Mariano la abraza con fuerza y se funde en ella. Se siente ahora en paz, en la calma infinita de un momento de amor puro.
“Comamos algo” – dice Sharon. “Claro” – responde él.
Al rato están en la mesa y ella haciéndole sonreír con ciertas cosas que le cuenta de los días en su ausencia. Vuelve a sentirse completo, vuelve a sentirse parte natural de la existencia, con una nueva oportunidad de vivir, de estar aquí, de sentir los espacios y los tiempos.
De pronto, en medio de esta dulce velada… Mariano ve a alguien parado en la entrada, mirándole, al principio no lo reconoce, pero luego lo entiende, su rostro cambia de apariencia. Ella lo nota y mira hacia donde él mira. “Le conoces” – dice. Mariano duda en responderle. “Es Ramiro. Pensé que estaba muerto.”
²²²² Continuara ²²²²
Escrito el 25 de Abril del 2009, entre las 8 a 10:30 pm.
Condominio La Raya - Cieneguilla